Escrito por: Coral Herrera Gómez
Algunos
historiadores norteamericanos fechan la aparición de la crisis masculina en
Estados Unidos a finales del siglo XIX, cuando las mujeres se incorporaron al
mercado laboral y comenzaron a luchar por sus derechos. Pero es en el siglo XX,
en la década de los 80, cuando florecen los artículos e investigaciones sobre
la crisis de la masculinidad en España, en Francia, en EEUU y Latinoamérica,
especialmente en Argentina.
En
los 90 los medios de comunicación masivos comienzan a hablar del tema: el 28 de
Septiembre The Economist daba la señal
de alarma con su apertura de portada:
“The trouble with men”. Desde
entonces hasta hoy, no sólo se han multiplicado los estudios sobre
masculinidades; también se ha desarrollado todo un movimiento social y político
que está sacudiendo los cimientos del patriarcado en muchos países. Son los
hombres igualitarios, que están reflexionando sobre esta crisis masculina y se
han sumado a la lucha por la igualdad, desde el trabajo de calle, y desde la
academia.
Una
de las causas de esta crisis es que los hombres posmodernos han perdido sus
modelos de referencia, según R. Conell (Australia). No les sirven los modelos
tradicionales, como el de sus abuelos o padres, porque ellos fueron educados en
la cultura patriarcal y por tanto vivieron siendo dependientes de sus mujeres,
autoritarios, con dificultad para establecer relaciones íntimas y para
expresarse emocionalmente.
Muchos
sufren una gran carga de inseguridad sobre cuál es su papel, y tienen miedo a
perder importancia o a sacrificar su virilidad. No saben relacionarse con
hombres gays y odian a las mujeres feministas, y algunos emplean la violencia,
tratando desesperadamente de ejercer su poder sobre su entorno, especialmente
sobre las mujeres cercanas. En todo el planeta, los hombres se suicidan más que
las mujeres y mueren en actos de imprudencia porque tienen menos herramientas
para gestionar sus emociones. No saben cómo hacer frente al miedo, al odio, a
la desesperación, a la tristeza; por eso es frecuente que recurran a la
violencia, contra sí mismos o contra los demás.
Eduardo
Bognino, psiquiatra y miembro de AHIGE y PPina, cree que la presión social
sobre los “machos” ha sido devastadora para la salud mental y emocional de
muchos millones de hombres. Esto es debido a que la masculinidad tradicional
está sometida a constantes pruebas; un hombre ha de estar demostrando
continuamente que no es una mujer, que no es un niño, que no es homosexual.
Tiene que demostrar que es valiente, agresivo, activo, aunque tenga que poner
su vida y la de otros en peligro. Los hombres, para demostrar su virilidad,
tienen que ser exitosos en su trabajo; promiscuos, fértiles y potentes en el
ámbito de la sexualidad. Crecen y construyen su identidad rechazando todo lo
que tenga que ver con la feminidad; las mujeres son siempre “lo otro”, aquello
que uno no es.
En
las películas, los videojuegos, los cómics, las series de televisión, se aprecia
una falta de diversidad en los modelos
masculinos; unos son machos alfa en acción, otros donjuanes, y otros son unos “calzonazos” que no saben
dominar a sus mujeres. Gracias a la mitificación de la violencia viril de
nuestra cultura, la mayor parte de los hombres quieren ser vencedores, héroes o
conquistadores de mujeres. La cantidad de mujeres que pueden seducir es la
prueba de su hombría, de ahí que se les eduque para ser promiscuos, y para
relacionarse con las mujeres únicamente desde la necesidad. Por eso el papel de
las mujeres ha sido siempre el de satisfacer sus demandas sexuales, y además
ejercer de criadas para cubrir sus necesidades afectivas y materiales.
Con
la revolución feminista, muchas mujeres dejaron de configurar su vida en torno
a la necesidad de ser poseída por un hombre, y se rebelaron contra la doble
moral sexual que les obliga a ser fieles y que en cambio premia la promiscuidad
masculina. Las mujeres posmodernas reclaman a sus compañeros mayor implicación
sentimental y más comunicación, reparto igualitario de las tareas domésticas,
relaciones plenas que no se basen en la evitación o la huida. Las mujeres de
hoy ya no quieren cumplir el papel de “freno de mano” del hombre, y muchas se
rebelan contra el rol de madre que han de cumplir para que sus maridos se
comporten como personas adultas.
A
algunos hombres les cuesta relacionarse igualitariamente con su familia o su
pareja porque los entornos “masculinos” (trabajo, deportes, negocios, política)
son jerárquicos y competitivos, y porque con respecto a las mujeres siempre se
han situado o bien en un plano superior, o en un plano de dependencia
emocional. Además, han sido educados para reprimir sus emociones, y esta falta
de expresividad les está pasando factura. Les cuesta abrirse y compartirse,
comunicar, mostrar cariño en público a otros hombres, mostrar miedo o
debilidad. Porque fueron educados para ser machos heterosexuales, duros,
promiscuos, fuertes, inquebrantables; se les mutiló para que no se dejen llevar
por la sensibilidad o los sentimientos bajo el lema “los hombres no lloran”.
Por
todo esto a los varones les cuesta relacionarse en un plano de igualdad, y por
esto las parejas también están en crisis. El modelo de relación basado en la
dominación y la sumisión ya no funciona ahora que las mujeres pueden trabajar y
no necesitan marido para sobrevivir. La liberación de las mujeres ha logrado
que no nos relacionemos ya desde la necesidad de tener un proveedor, sino desde
la libertad para compartir la vida con quien una desee.
Mientras
las mujeres han ido empoderándose, los hombres sienten que han perdido su
función como papel de proveedor principal, cabeza de familia, rey de su casa y
amo de sus propiedades, su mujer, sus hijos e hijas. Ya no son necesarios ni
para la defensa, ni para el mantenimiento del hogar, ni para la reproducción,
como lo demuestra el aumento de familias monoparentales encabezadas por mujeres
autónomas, y como lo demuestra el creciente uso de las técnicas de reproducción
asistida.
La
autoridad del pater familias ya no es sagrada. Ahora todo es negociable y las
familias son democráticas: en casa se hablan las cosas y se llega a acuerdos,
se reparten tareas, se apoya a quien lo necesita. Las mujeres se las arreglan
solas ante los “maridos ausentes” (cada vez existen más jefas de hogares
monoparentales en todo el mundo). Los
“padres ausentes” van perdiendo todo su poder porque no están, porque no son,
porque son incapaces de comunicarse ni de vincularse emocionalmente con sus
hijos/as. Ahora el respeto y el cariño hay que ganárselo, y muchos no saben por
dónde empezar.
Y
es que a muchos hombres les cuesta comprometerse. Con las mujeres, con los
hijos, con las responsabilidades de la vida. Su constante deseo de escapar (de
sí mismo, de sus sentimientos, de sus compromisos, de sus problemas, de su
paternidad) revela, según algunos expertos en los estudios de las
masculinidades, la inmadurez de algunos para hacer frente a la vida.
Enrique
Gil Calvo, sociólogo español, habla con naturalidad, en un proceso de
autocrítica, del egoísmo de género, según el cual los varones sumidos en la
tradición machista siguen siendo pequeños tiranos acostumbrados a que sus
necesidades y deseos sean atendidas de inmediato. Son muchos los que desean
poder disfrutar de la impunidad de la infancia, por eso les gusta sentirse
controlados, vigilados y regañados por sus compañeras. La libertad se les
antoja insoportable, porque no saben qué hacer con ella. Por eso prefieren
pasar de la madre a la esposa sin asumir su adultez, y pretenden que ambas
cumplan su papel maternal hasta el fin de sus días.
Los
“nuevos” varones, en cambio, apoyan el empoderamiento de sus amigas, de sus
amantes, de sus compañeras, de sus madres y hermanas. Educan a sus hijas para
que estudien y se desarrollen profesionalmente, para que sean autónomas y se
emparejen con quien deseen, sin las presiones sociales de antaño. Felicitan a
las mujeres de su entorno el 8 de marzo, se manifiestan junto a ellas para
reivindicar la igualdad; pero aún son muchos los que se sienten culpables
porque no son capaces de ceder sus privilegios de clase.
Son
los que “ayudan” en las tareas domésticas sin asumirlas como propias. Son los
que cortan el césped del jardín pero jamás limpian la mierda de los
retretes. Son aquellos que evaden sus
obligaciones poniendo como excusa la ignorancia o la torpeza masculina en
asuntos domésticos, como si encargarse de ellos fuese una habilidad
exclusivamente femenina que estuviese en la naturaleza de las mujeres desde el
principio de los tiempos.
El
“nuevo hombre” se enfrenta a una libertad desconocida para configurar su
identidad, y eso le angustia, porque ha de inventarse nuevos modos de ser y de
relacionarse y no sabe muy bien por dónde tirar. Algunas mujeres se quejan de
la indecisión masculina, de la inseguridad que les paraliza, de su falta de
madurez. El varón posmoderno no sabe si las mujeres desean machos posesivos o
compañeros de viaje, y sufre por las contradicciones internas entre el discurso
y la práctica, entre el deseo de igualdad y las estructuras machistas que
habitan en todos los hombres y mujeres educadas en la tradición patriarcal.
Algunos
aceptan el desafío y están explorando caminos desconocidos, rompiendo las
barreras que les limitan, liberándose de la opresión que sufren desde que están
en la cuna. Estos aventureros están re-pensando la masculinidad hegemónica y la
diversidad de las masculinidades, están haciendo autocrítica, están planteándose
nuevos retos, y se atreven por fin a construir su propia identidad al margen
del machismo y la homofobia de nuestra cultura patriarcal. No es fácil porque
todos llevamos incorporados estos esquemas, estos roles, estos estereotipos que
nos dicen como es un “verdadero” hombre o como es una “verdadera” mujer. Pero
basta con darse cuenta de que hoy la identidad no es un producto acabado,
sólido, estable, sino que es más bien un proceso en el que todo cambia.
Muchos
se unen para organizarse y forman grupos
de Hombres Igualitarios. Trabajan en varias áreas: activismo, talleres,
encuentros, intercambios, terapias grupales e individuales, charlas,
capacitaciones, investigación. En estos grupos se juntan varones de todas las
edades y clases sociales, de diferentes religiones e ideologías, con un
objetivo común: hablar. Hablar de sí mismos, analizar la educación que han
recibido, cómo se sienten ahora, y qué pueden aportar ellos a la lucha por la
igualdad y los derechos humanos.
Estos
grupos de Hombres escriben en webs y blogs, publican libros, comparten
información, crean redes de grupos masculinos, se reúnen en congresos
internacionales, lanzan campañas a favor de la paternidad, salen a la calle a
protestar contra la violencia hacia las mujeres o contra la explotación de
esclavas sexuales. Trabajan con hombres maltratadores, realizan talleres de
prevención con adolescentes, deconstruyen la masculinidad tradicional opresora,
y reivindican otras masculinidades diferentes, otras formas posibles de ser y
estar en el mundo.
Los
hombres igualitarios desean mejorar sus relaciones con los amigos, sus
relaciones sexuales y sentimentales, sus vínculos familiares. Reivindican su
derecho a ejercer y disfrutar de la paternidad. Están revolucionando sus
relaciones en la cama, en el trabajo, en la familia, y comienzan a sentir que
tienen nuevos roles, nuevas metas, nuevas inquietudes. Estos nuevos varones
están marcando el camino hacia una cultura más pacífica y amable, de relaciones
más igualitarias y afectos más diversos.
El
gran reto ahora, creo, es la lucha por la conciliación laboral y familiar. Los
hombres quieren disfrutar de la crianza y la educación de los niños y las
niñas, de modo que están pidiendo a los gobiernos y las empresas que permitan a
los padres disfrutar de los mismos derechos y obligaciones que las madres.
Creo
firmemente que es necesario que hombres y mujeres trabajemos unidos, porque lo
que beneficia a unas, beneficia también a los demás, y porque tenemos el mismo
sueño: una sociedad igualitaria en la que no se discrimine a la gente por sus
diferencias, una sociedad sin jerarquías ni luchas de poder, una sociedad
pacífica e inclusiva en la que tengamos toda la libertad para configurar
nuestras identidades al margen de las
imposiciones sociales, y más allá de las etiquetas.
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